Lo que atrae de la Primera Guerra Mundial es, entre otras cuestiones, la forma en que destruyó, para siempre, una Europa segura de sí misma y luminosa de húsares y dragones con cascos con plumas y de emperadores que saludaban desde carruajes descubiertos tirados por caballos. Dos imperios, el austrohúngaro y el otomano, desaparecieron por completo bajo la presión de la interminable matanza; el káiser alemán se quedó sin trono, y el zar de Rusia y toda su fotogénica familia, con su hijo ataviado de marinero y sus hijas con vestidos blancos, perdieron la vida. Incluso los vencedores fueron perdedores: en Gran Bretaña y Francia se contabilizaron, en conjunto, más de dos millones de muertos y ambas potencias terminaron la guerra fuertemente endeudadas
ADAM HOCHSCHILD - PENINSULA